Opinión


08/11/23

Guillermo Pérez-Cosío

  1. Un hombre providencial

    El 1 de junio de 1958 el presidente de la República francesa, René Coty, llama al general Charles de Gaulle a asumir la Jefatura de Gobierno. 

    El general acepta y con ello pone fin al prolongado silencio que había venido guardando porque como él mismo confesaba a sus más cercanos colaboradores “no hay que tomar el poder, basta con recogerlo”. Durante todo ese tiempo su único objetivo había sido no precipitarse y dejar que se tensase la cuerda hasta que a Coty no le quedara más remedio que presentar su candidatura a la presidencia del consejo.

    Una vez nombrado, De Gaulle obtiene la investidura de la Asamblea Nacional por 329 votos a favor y 224 en contra y el día 4 de junio recibe los plenos poderes que exigía. De inmediato se dirige a Argel donde pronuncia la histórica frase "Je vous ai compris" (os he entendido) que con una calculada ambigüedad provoca la satisfacción tanto de los residentes franceses como de los argelinos, apaciguando los exaltados ánimos de unos y otros.

    Con ello parecía alejarse la grave crisis de la política francesa que era consecuencia de los cuarenta y dos meses de guerra que se arrastraban en Argelia, la joya de la corona. Un ejército sin control alguno había emprendido una feroz represión frente a quienes buscaban la independencia de la metrópoli por medios violentos. Desde 1954 no habían parado de sucederse los asaltos a fincas de colonos franceses, los llamados pieds-noirs, junto a los asesinatos a sangre fría de cualquier europeo que hubiera tenido la desgracia de caer en manos de la guerrilla del FLN, amén de registrarse un sinfín atentados terroristas con bomba llevados a cabo en un entorno urbano, principalmente en la capital Argel.

    Francia no se había recuperado aún de la humillante derrota de sus tropas en Dien Bien Phu el 7 de mayo de 1954, que había supuesto el fin de su presencia en Indochina y ahora su ejército no estaba dispuesto a admitir más final para la insurrección surgida en la colonia argelina que el aplastamiento de los rebeldes. Se había abierto una crisis política sin precedentes en la que del otro lado de la amenaza de golpe de estado militar frente a cualquier cesión se situaban los derrotistas partidarios de la negociación con la insurgencia para, llegado el caso, iniciar el proceso descolonizador que Naciones Unidas había puesto tan de moda.

    Ante la amenaza cierta de un pronunciamiento militar, la tensión social creciente y la ineficacia política, Francia había entregado todo el poder a una suerte de hombre providencial. Una figura salvadora que solo podía encarnar el general De Gaulle, héroe de la resistencia frente a los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial y que, tras la liberación de Francia, había abandonado la primera presidencia de la IV República en 1954 al no obtener en las urnas la mayoría deseada, retirándose a su casa en el pueblecito de Colombey-Les-Deux-Églyses.

    El propio De Gaulle estaba convencido de que él representaba el poder Moral de Francia frente al poder Legaldel gobierno en París y al poder Real que detentaban los militares que combatían en Argelia y se propuso devolver la unidad a la comunidad política reuniendo esos tres poderes en su persona y exigiendo para ello la redacción de una nueva Constitución.

    El general parecía cumplir lo que Carl Schmitt denomina el principio de identidad en el que descansa la democracia en su más pura manifestación y donde el que gobierna y los gobernados no se distinguen por ninguna diferencia cualitativa, en tanto partícipes de una comunidad política dotada de una homogeneidad sustancial, expresada en las costumbres, las creencias, los ideales e incluso la raza misma. De esta manera, prosigue Schmitt, la voluntad del pueblo es siempre idéntica a la voluntad del pueblo, sea que se dé una decisión a partir del sí o del no de millones de votos depositados, o sea que una sola persona, en este caso sin votaciones, atesore la voluntad del pueblo. 

    El mandato excepcional atribuido al general De Gaulle, una dictadura comisarial acudiendo a las categorías elaboradas por el propio Schmitt, aparecía en medio de una situación de temor a una guerra civil y de creciente anarquía en la que la norma jurídica vigente carecía de efectividad para resolver ese estado de amenaza y de caos existente y devolver la calma a la población. 

    Sin embargo, De Gaulle no surgía como una manifestación de fuerza o de poder sin más, sino que se sustentaba en el Derecho de la IV República, que se encontraba casi reducido a la nada y precisamente por esto último el general de inmediato había encargado a su equipo preparar una nueva Constitución. El proyecto sería sometido a referéndum en septiembre de ese mismo año y aprobado por una amplia mayoría. Nacía así la Constitución de 4 de octubre de 1958 y con ella la V República de Francia, que entró en vigor al día siguiente, el 5 de octubre y permanece en vigor hasta nuestros días.    

    Mas no acabaron ahí los problemas en Francia. Al siguiente año, el 16 de septiembre de 1959, De Gaulle utiliza por primera vez el término “derecho de autodeterminación” en relación con el asunto argelino y se desata la furia en los cuartos de banderas de Argelia, en las calles de Argel y de Orán, y en muchos otros sitios de Francia, al interpretarse esas palabras como una traición.

    En enero de 1960, Argel estalla en una revuelta de dimensiones hasta entonces desconocidas con arroja un balance de 20 muertos y 150 heridos y va seguida de una severa puga en la cúpula militar.

    El 5 de julio de 1962, en efecto, De Gaulle traicionaba a gran parte de los franceses que le habían llevado al poder y reconocía la independencia de Argelia mediante los acuerdos de Evian, más tarde aprobados por el refrendo de la población. La guerra terminaba y más de un millón de franceses -y no pocos españoles- que llevaban generaciones viviendo en Argelia, tenían que abandonar el país.

    Sin embargo, ni una parte del ejército francés, ni los pieds-noirs se aquietaron. Para conservar Argelia para Francia iba a nacer la organización armada clandestina y terrorista OAS, Organización del Ejército Secreto, que tendría como segundo objetivo que De Gaulle, el hombre de la situación, pagase con la vida su traición, pero esta es ya otra historia.