Opinión
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¿Es usted políticamente incorrecto?
La expresión “políticamente incorrecto” lleva haciendo fortuna ya casi veinte años. Se acuñó en Estados Unidos, se exportó a toda Europa y aquí sigue. No hay día en que no oigamos a alguien famoso, escritor, cineasta, periodista, modista, cocinero, que se declare a sí mismo políticamente incorrecto, que no deje de lanzar su dardo contra la detestada corrección política. Y lo curioso es que da igual que sea de izquierdas que de derechas, progresista o conservador. Todos están ufanos de saberse políticamente incorrectos en un mundo en que lo que triunfa y domina es lo contrario.
Pero, ¿quiénes son los correctos, o qué es la corrección política, para determinar si yo soy de los que se libran de ella o de los borregos que siguen sus imperativos?
Como todas las expresiones de moda, ésta ha pasado de tener un significado muy concreto y restringido a otro mucho más difuso. En sus orígenes, políticamente incorrecto era aquel que desafiaba los nuevos dogmas de la modernidad, sólo los nuevos dogmas: el que se manifestaba, por ejemplo, en contra del feminismo o del globalismo o del ecologismo. Podía asociarse la etiqueta con la de reaccionario, pero reaccionario inteligente, crítico, el escritor o el artista que había sido capaz de romper con las prejuicios y convenciones hegemónicos en el mundo de la Cultura. Pero el caso fue que a los progres empezó a gustarles la expresión, y no naturalmente para aplicársela a sí mismos sino a sus enemigos ideológicos. Así, poco a poco, pasaron a ser políticamente correctos, es decir, borregos, la gente de derechas, e incluso, dentro de la de izquierdas, la que no lo era de un modo lo bastante radical. Porque sentirse uno mismo muy radical es algo que gusta muchísimo. Otra cosa es serlo de verdad.
El tipo medio suele caracterizarse por creer que vive a contracorriente. El reaccionario, el conservador, cree que la mayoría de las personas viven adoctrinadas por los medios de comunicación de masas, que sólo transmiten ideología izquierdista, y por tanto ser de derechas es ser disidente, rompedor, “incorrecto”. Pero la persona de izquierdas cree que es al revés: el mundo está controlado por un puñado de capitalistas poderosos, que naturalmente sólo lanzan mensajes inmovilistas y conservadores. Es un signo de distinción ser de izquierdas porque uno así pertenece a la minoría inteligente que algún cambiará al mundo para bien. De manera que todos lucimos incorrección política, nadie es borreguil, todos nadamos a contracorriente. Cualquiera que esté en contra de algo que tenga demasiada aceptación social es ya “politicaly incorrect”. ¿Condena usted la costumbre de salir de vacaciones en Semana Santa? Es que usted es políticamente incorrecto.
Y lo bueno es que ahora ha surgido otra expresión que ilumina muy bien el sentido absurdo de la anterior. Es la “cancelación”, la moda “woke”, la tendencia a borrar del mapa todo aquello que refleje un mundo en el que había supremacía del hombre blanco o menosprecio de las mujeres o ridiculización de las inclinaciones sexuales alternativas. Como si todo el mundo pensara que hay que prohibir los libros, las películas y los cuadros que reflejen tales cosas, ahora salen intelectuales por todas partes a condenar esa moda. Los de izquierdas porque creen que en el fondo es cosa de un puritanismo o fascismo larvado. Y los liberales porque creen que es cosa del comunismo que nunca muere. Pero la moda de lo “woke” no va de progres o de carcas. Va simplemente de descerebrados. Sólo que, en esta tercera década del siglo XXI, también el descerebramiento se está volviendo pandemia.
¿Quiere usted saber si es de verdad políticamente incorrecto? Le propongo el siguiente test. Imagine a un hombre joven que, tras diversos antecedentes por abusos sexuales, finalmente viola y mata a una chica, por lo cual es procesado y condenado a veintitrés años de cárcel. Pero los años pasan rápido y las leyes permiten a ese hombre salir de la cárcel todavía con pleno vigor sexual, y ese hombre no lleva en libertad ni dos meses cuando una tarde rapta a un niño de nueve años en un parque y cuarenta minutos después lo ha violado y estrangulado. Yo le pregunto a usted: ¿cree que ese hombre debe volver otros veintitrés años a la cárcel, con los beneficios penitenciarios correspondientes, o cree que debería sufrir una pena más satisfactoria y ejemplarizante, la pena que aplicó siempre la humanidad, tras un juicio justo, a los autores de crímenes horrendos?
Si usted cree lo primero, usted es un tipo normal, un pobre hombre políticamente correcto. Y si usted cree lo segundo pero no se atreve a decirlo ni casi a pensarlo por miedo a verse señalado, es también un tipo muy normal, un hombre tan políticamente correcto como el anterior. Sólo si usted, además de creer lo segundo, se atreve a proclamarlo con honradez, merecerá de veras la honrosa etiqueta de políticamente incorrecto.
Se trata únicamente de un test. No estoy postulando la reinstauración de la pena máxima, ni siquiera queriendo abrir un debate sobre ella, que considero imposible a estas alturas. Pero debe quedar claro que ser políticamente correcto requiere no sólo pensar contra los dogmas imperantes sino también atreverse a decirlo arrostrando las consecuencias, servir a la verdad y a la justicia pagándolo con la honra si es preciso.