Opinión
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Cultura: las ideas claras
Quienes llevamos años, muchos años, dejándonos la piel, el crédito y la honra en hacer frente a la cultura de izquierdas, por su sectarismo implacable y su maniqueísmo cerril, ya hemos tenido numerosas ocasiones de desengañarnos con la derecha. Y la última y definitiva se nos presentó esta semana en Cantabria, cuando el gobierno del Partido Popular anunció la destitución de la Consejera de Cultura por motivos que muy poco tenían que ver con la calidad de su gestión en el área de ese nombre, y justo cuando acababa de presentarse (es sólo un ejemplo) la mejor programación del Palacio de Festivales de su historia. Entonces nos convencimos de que la derecha (si se me admite etiquetar así al PP) resulta aún más nefasta, y no precisamente porque lo haga peor que la izquierda en su política cultural, sino porque la derecha, ese partido en concreto, carece de tal política, es la nada misma en cultura, ya que, cuando no se limita a hacer seguidismo de la izquierda (como ocurre en otras instituciones de la región), sencillamente la relega y margina en detrimento de áreas que considera de macho mayor rango, como el Turismo (que no digo yo que éste no tenga importancia).
Pero resultó que la película no había acabado, que el guion nos reservaba un giro asombroso dos días después: la consejera en cuestión era repuesta como gestora del área, si bien con un rango inferior. Una palinodia extravagante en el mundo de la política, que no en el militar o en el deportivo. La peripecia pudo inspirarnos un relato valleinclanesco, pero creo que no debemos quedarnos tanto en lo chapucero, en el mal estilo de la responsable última del despropósito como en lo que tiene de sabio, esto es: vayamos al fondo del asunto. Y ese fondo es que, por vía de rectificación, la única gestora pública con fundamento (o una de las pocas) que hemos tenido en muchos años en Cantabria en el ámbito cultural va a seguir como responsable del área. Puede que las cuestiones personales que hay detrás de todo, o las bajezas políticas que esto transluce, también tengan su importancia y merezcan una crítica que a alguien le corresponderá, pero yo he de decir que ya era hora de que, al menos por un tiempo, tuviéramos al frente de la administración de los recursos públicos de Cultura a alguien que, sin las limitaciones y gravámenes que le imponían otras áreas, tenga claro que los bienes culturales, tanto los materiales como los inmateriales, tienen una jerarquía y una escala de valores, alguien que tenga muy claro que en este ámbito no todo vale, que en este ámbito los ídolos de la tribu que definiera Francis Bacon, y en concreto, la igualdad y demás caballos de batalla de la demagogia hodierna, cuentan muy poco; y, sobre todo, alguien que tenga clarísimo que los libros, el teatro, los conciertos, los museos y los monumentos de la historia, no están para servir a una ideología o una facción concreta, sino para plasmar libremente las manifestaciones superiores del espíritu humano.