Opinión


17/12/22

Enrique Álvarez

  1. Un golpe de estado

    Se dice y se escribe con insistencia en los últimos días que el presidente Sánchez, a fin de perpetuarse en el poder, está perpetrando un golpe de estado consistente en utilizar su mayoría parlamentaria para obtener el vasallaje del Tribunal Constitucional y, a partir de ahí, reformar las leyes que le convenga, incluida la propia Constitución, y gobernar desde entonces sin control judicial efectivo.

    No niego que esto sea verdad: los hechos resultan incuestionables. Ni niego que las reformas que quiere introducir, o que está introduciendo a pasos agigantados, van todas encaminadas a favorecer los intereses de los partidos secesionistas y de cuantos pugnan por conducir a España a su tercera y definitiva República. Pero creo más bien que lo que Pedro Sánchez pretende, muy arteramente, es que ese golpe de estado lo dé la derecha. Es decir, la estrategia del presidente socialista consiste en acentuar cada vez más las provocaciones, de forma que los partidos de la oposición se vean en la necesidad de hacer, antes del mes de mayo, algún movimiento, siquiera leve, de fuerza o de mera rebeldía que pueda ser tildado de golpista y que le dé pie para rematar y hacerse perdonar las reformas ilegítimas e infames que viene perpetrando, so pretexto de defensa de la democracia, y a la vez, para colgarle a la derecha el estigma de fascista y opresora. 

    Al Doctor Sánchez no le queda ya más arma que esa: amedrentar a los españolitos con la consigna de que, si el PSOE pierde, se adueñará de España un gobierno de marcada orientación antidemocrática (al servicio de las élites económicas, naturalmente). Y no hay que despreciar el poder de ese fantasma, porque de hecho ya hizo su efecto en las elecciones de 2019, cuando millones votaron a la izquierda sólo para impedir un gobierno “trifachito” (PP-Ciudadanos-Vox). Ni hay que despreciar, desde luego, la capacidad de Sánchez para movilizar a sus huestes con un puñado de mensajes simplistas y eficacísimos. Pero lo cierto es que, en el momento presente, la opinión pública no está con él; el hartazgo y el descontento por su gestión son reales: el cambio parece atisbarse en España, los vientos de reacción siguen soplando con fuerza. Se diría que todo está perdido para este gobierno empecinado en resucitar a toda costa el Frente Popular, pero quedan todavía unos cuantos meses para las elecciones, y aún hay tiempo para que el padre de la mentira, que en este siglo XXI parece hallarse en la fase culminante de su poder, ilumine adecuadamente a sus mejores hijos.

    La democracia en España pende de un hilo, y el hilo se puede romper el próximo semestre si los partidos de la oposición no son capaces de presentarse como un bloque sólido y sensato. Sánchez va a hacer, está haciendo ya, todo lo posible por provocarles y hacerles cometer algún error fatal. Pero ello no debería ser una excusa para la tibieza de los que esperan acceder al Gobierno. Los votos no se ganarán sólo con moderación y miedo a que ciertos colectivos chillen. Un nuevo rajoyismo resultaría letal. España necesita una política que corrija el rumbo desviado que llevamos desde mucho antes de la llegada de Pedro Sánchez a la Moncloa. Por mi parte, quiero creer que la derecha española, a partir de 2023, será capaz de hacer que, de una vez por todas, los separatistas dejen de decidir lo esencial de la política española, y será capaz también de cambiar los falsos valores del igualitarismo y de la sumisión a las consignas del neo-oscurantismo globalista por los valores verdaderos de la libertad, de la tradición y de la dignidad humana.

    Seguramente estoy pecando de optimista. Seguramente el país, la ciudadanía española, es decir, el cuerpo electoral, el que decide con su voto quien va a gobernar, no da para tanto. Seguramente tiene razón cierto consejero socialista de Cantabria cuando afirma que a la mayoría de los españoles no les preocupa nada la reforma del delito de sedición, ésa que permitirá a los catalanes “volverlo a hacer” bien pronto. Sí, seguramente, lo único que preocupa a la mayoría de los votantes es, de un lado, que no se diga que España vuelve a ser un país carca, sometido a la Iglesia y al capitalismo, y, de otro, tener un duro en el bolsillo para salir a divertirse de vez en cuando. Porque, a esa mayoría, todo lo demás le resbala.

    Pero, ya que estamos llegando a la Navidad, sería de mal gusto lanzar mensajes pesimistas.