Opinión
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Doña Quijota de la Mancha
Madrid, año 2047. Se cumple el quinto centenario del nacimiento de Cervantes, el máximo escritor de la lengua ibérica. La efeméride se celebra en todo el territorio peninsular con esplendor renovado tras un periodo en que la leyenda negra oscureció la gloria del genial alcalaíno, tildado de islamófobo, militarista y católico. El gran esfuerzo de la moderna investigación histórica, con la impagable ayuda de la inteligencia artificial, ha conseguido que su figura recobre justamente todo su brillo, limpiándola de los errores y tergiversaciones propios, como es sabido, del oscurantismo heteropatriarcal y antidemocrático que prevaleció en la era multisecular superada al fin en el tercer decenio del actual siglo XXI.
Bajo el gran patrocinio del Presidente vitalicio de la Confederación de Repúblicas Íbero-marroquíes, el Honorable Señor don Pedro Sánchez Castejón, las celebraciones han dado comienzo con un triple acto en Lisboa, Madrid y Rabat, que pronto serán seguidas por varias acciones conmemorativas en otros puntos de la geografía peninsular, incluido el Estat Català, que finalmente ha accedido a unirse al año cervantino, pese a no haber logrado imponer su tesis de que el así llamado Manco de Lepanto (que ni fue mutilado de guerra ni participó jamás en tan siniestra batalla) nació en tierras de Catalunya sino que lo hizo en las de Castella Nova, conformándose con la declaración oficial de que don Miguel de Servantes ponderaba Barcelona por encima de cualquier otra ciudad, como así se demuestra en los capítulos penúltimos de la inmortal novela, y de que parlaba català en los momentos más íntimos de su asendereada existencia
Afianzada definitivamente, con absoluto rigor científico, la tesis de que el también llamado Príncipe de los Ingenios fue un gran adelantado de la era de Acuario, un sutil defensor del relativismo, de la diversidad y de la fluidez, así como un enemigo acérrimo, aunque encubierto, de toda religión monoteísta y de todo dogma moralizante, se ha anunciado ya que el acto central de estas efemérides tendrá lugar el próximo 8 de marzo en el Paraninfo de la Universidad Independiente (antes Autónoma) de Madrid, donde la gran filóloga Sulamita Armstrong anunciará al mundo iberolatinoamericano las conclusiones definitivas sobre la verdadera personalidad del protagonista de la gran novela de Cervantes.
La teoría, apuntada a comienzos del anterior decenio, de que el hidalgo Alonso Quijano fue en realidad una mujer en sus periodos de lucidez, pero también una mujer durante sus brotes psicóticos, fue recibido inicialmente con incredulidad y sorna incluso por algunos de los estudiosos menos sospechosos de reaccionarismo, pero ha ido ganando fundamento con los últimos hallazgos de la IA y los nuevos métodos de prospección de fuentes y archivos recónditos.
La profesora Armstrong prueba materialmente que Cervantes, cuya ambivalencia sexual y querencia queer ya nadie cuestiona, ideó de inicio un personaje femenino, una heroína soñadora que se rebeló contra el destino cerrado de la mujer, y la llamó Aldonza Quijano (de Aldonza vendría después el nombre real de Dulcinea): Aldonza o Alonsa Quijano la Buena, aunque de buena tenía poco porque en los fragmentos originales recuperados Cervantes la describe ya como una figura femenina larguirucha y tarasca, aunque ciertamente genial en su idealismo, fantasía e intrepidez. Siguiendo el ejemplo guerrero de mujeres como Juana de Arco o la Dama de Arintero, y a impulsos de una inspiración divina, no en el sentido cristiano, claro es, sino acuariano, la que se pone a sí mismo el alias de doña Quijota de La Mancha se va de casa, huye de la opresión patriarcal y se lanza al mundo a buscar las aventuras, pero no cualquier clase de aventuras sino sólo aquellas que la llevarían a convertirse en justiciera social, desfacedora de entuertas, defensora de doncellas y viudas, liberadora de toda clase de oprimidas por el machismo de su tiempo, sin ningún miedo a los gigantes, follones y malandrines, que entonces como hoy anidaban en las instituciones.
No, doña Quijota de la Mancha no tenía miedo a nada ni a nadie, pero, ay, quien sí lo tuvo fue Miguel de Servantes: miedo al poder inquisitorial, y no sólo el del Santo Oficio. Claro que sería muy injusto y anacrónico reprochárselo. Nuestro autor era ya un hombre viejo y pobre cuando escribe esta novela y no estaba para desafíos de tamaña envergadura al establishment. Hubo de rendirse a las convenciones y convertir a Aldonza en Alonso. Borrar del mapa a una mujer genial y única y poner en él a un varón también genial y loco pero mucho menos sugestivo. La causa de las mujeres, la humanidad toda, salió perdiendo. Pero los tiempos venturosos del Gran Progreso la han recuperado.
La esperadísima conferencia de Mrs. Armstrong se pronunciará en inglés, con traducción simultánea (y pinganillos patrocinados por Disney) al portugués, árabe, amazigh, castellano, catalá, euskara y bable.